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Reflexiones
Todos perdimos
La reflexión no es por el resultado del debate en torno a la propuesta (finalmente rechazada) de Reforma Eléctrica (la “Ley Bartlett”) presentada por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Eso estaba determinado desde días antes: es por la forma en la que se llevó a cabo. Se perdió la oportunidad de un acuerdo plural en torno a un proyecto de trascendental e histórica importancia en tiempos de severa crisis económica, de salud y de seguridad (por citar los rubros más graves).
No hubo debate en la Cámara de Diputados: hubo gritos y descalificaciones mutuas. Las posibilidades de acuerdos para presentar un proyecto que integrara las mejores propuestas de las diferentes fuerzas políticas, se agotó en un burdo y atropellado trabajo de comisiones.
La propuesta del presidente tenía luces y sombras: es imprescindible reiterar la rectoría del Estado en materia energética, pero es absurdo que en pleno siglo XXI, en una etapa de inevitable apertura y globalidad económica, se quiera plantear un cuasi monopolio de Estado.
La postura del bloque opositor, sin embargo, tampoco es tan luminosa. Se centró en cuestionar al monopolio estatal y al potencial beneficiario o por lo menos político de la iniciativa, el infumable Manuel Bartlett, pero no respondían con claridad a un señalamiento muy puntual: garantizar la transparencia en la asignación de concesiones y operatividad de empresas (sobre todo extranjeras) involucradas e interesadas en la co-producción de electricidad con el Estado.
La oposición se ampara en un burdo discurso político del fracaso del Estado en administración de entidades, olvidando que ese modelo funciona muy bien en países capitalistas de primer mundo. Lo que no saben es cómo y dónde.
El presidente y sus adláteres se amparan en la historia para sustentar su nacionalismo ramplón.
Lo que López Obrador y sus seguidores no han entendido, es que Lázaro Cárdenas controlaba por completo el Congreso y Adolfo López Mateos se había legitimado con una reforma electoral que abría al menos en la formalidad espacios a la oposición mediante la figura de Diputados de Partido. Eso les permitió tomar decisiones radicales en sus tiempos.
Lo que ni obradoristas ni opositores han entendido es que tanto la expropiación petrolera como la nacionalización de la industria eléctrica fueron decisiones de control del Estado en rubros en los que inicialmente las grandes empresas extranjeras habían invertido, con ventajas y abusos ante la debilidad política y económica de los gobiernos en turno.
Por eso era necesario un acuerdo que partiera de un análisis integral y objetivo de la industria eléctrica: cómo ha sido, en qué condiciones se encuentra y cómo proyectarla, a partir de lo anterior, al futuro.
Lázaro Cárdenas llegó al poder gracias al control callista. Rompió con Calles e hizo concesiones a los que no pensaban como él: fue tolerante con el Partido Comunista (izquierda) y la Unión Nacional Sinarquista (derecha) y en su administración surgió el Partido Acción Nacional (derecha). Aun con sus bemoles, era un demócrata.
López Mateos, otro presidente con gran apoyo popular, tiene el peso oscuro del asesinato a Rubén Jaramillo, pero también tiene las luces de su reforma política (impulsada en cuanto resultó electo) y de sus vínculos con la globalidad de su tiempo.
Aun uno de los más soberbios autoritarios, José López Portillo, tuvo la trascendente decisión de una reforma política de apertura en 1977, para amainar las secuelas del autoritarismo asesino de Gustavo Díaz Ordaz y el populismo izquierdistoide nefasto de Luis Echeverría.
Son ejemplos de que no se puede hacer cambios trascendentes (para bien o para mal), sin consensos.
Andrés Manuel López Obrador y su partido están muy debajo de la altura política de otros tiempos. La oposición también anda por los suelos: un panismo muy alejado de Manuel Gómez Morín y un PRI ajeno al Nacionalismo Revolucionario y a la base social de sus antecesores. Del PRD qué decir: nada que ver con el PCM, de quién sólo heredó su registro.
El presidente más votado y con más apoyo popular en la vida reciente del país, un movimiento que se aferra a no convertirse en un partido de izquierda moderna y una oposición que mantiene, retiene y fortalece los vicios que le llevaron a perder el gobierno y a tener un gran repudio ciudadano, pasarán a la historia como parte de una clase política mediocre y fracasada.
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