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Por Federico Velio Ortega
La importancia de llamarse Ernesto
Un decreto publicado en el Periódico Oficial del Estado derogó el artículo 72 del Reglamento del Registro Civil de la entidad para que personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio legal, hecho que se contrapone a lo que establece la Constitución Política de Guanajuato y su correspondiente Código Civil. Esto es: primero el 2 y luego el 1.
Los gobiernos panistas de la entidad están rebasados por la sociedad. La moralina y el discurso de “valores”, pregonados como parte de su doctrina e ideología, son una caricatura, ridiculez e incongruencia: mientras los pregoneros del partido hegemónico lo mantienen como parte de su arenga electoral y propagandísticoa, en los hechos ni ellos lo cumplen. Que pregunten, por ejemplo, por un tal Jorge Romero.
La otra parte derrotada es la “oposición” representada en el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
A veces acertados, las y los morenistas se han perdido en debatir más sobre el gobierno federal y el presidente que sobre los asuntos domésticos de la entidad. La bandera de las mujeres agredidas por Jorge Romero se les agotó pronto y se perdieron en el laberinto de desviar energías para defender a sus propios acosadores (pregunten a Malú Micher sobre Pedro Salmerón).
Es una bancada variopinta: desde un mesurado Ernesto Millán y un documentado David Martínez, hasta los exabruptos de Alma Alcaraz (que suele hacer de la rebeldía una actitud grosera y prepotente) y la legislación virtual de Ernesto Prieto. El resto es poco trascendente, si acaso se aplauden las agradables intervenciones de Cuauhtémoc Becerra.
El segundo rebasado es Ernesto Prieto, caso tan terrible como el de su tocayo Ayala:
“Legisla” desde su casa, desde un estadio de fútbol, o donde se encuentre, es el “contreras” sistemático (a veces hasta choca con posturas de su propia bancada) y es más noticia por sus accidentes que por sus labores legislativas.
No ha sabido ni siquiera sustentar una solicitud de licencia, misma que su partido le exige para que se dedique a lo que debe: ser su dirigente estatal.
Tanto él como su hermano, el presidente municipal de Salamanca, no pasarían de ser un par de protagónicos militantes de Morena de no ser los hijos de Ernesto Prieto Gallardo, amigo ultrapersonal del presidente López Obrador, bueno eso es lo que ellos dicen, cosa que no quedó muy clara después de su infame salida de la Lotería Nacional por el decepcionante sorteo del avión presidencial que le costó el cargo.
A Ernesto le costó dejar su posición en el Congreso local, no por sus nulas propuestas, sino por su ego.
La importancia de llamarse Ernesto: Ayala y Prieto.
El panismo gobernante rato ha que dejó de ser doctrinario y ahora se ha convertido en el pragmatismo financiero. Es la casta aspiracionista que considera que gobernar consiste en producir para generar riqueza que ellos, “virtuosos” de la economía que son, quieren acumular (”justa” recompensa a sus “talentos” y todavía más “justa” correspondencia a quienes los impulsan para legar al poder) y lo que sobre que llegue a la plebe que tiene a bien votar por ellos. Unas limosnitas convertidas en despensas, tarjetas, apoyos sociales, calentadores solares y demás, a cambio de legitimar y legalizar a la industria y el comercio que crea riqueza, pero también una cada vez mayor desigualdad social, educativa y económica.
Si para lograr lo anterior hay que ceder ante los derechos humanos, pues se hace, faltaba más. Lo que en un gobierno diferente sería un reconocimiento a una nueva realidad y una apertura democrática, en ellos es un simple y vulgar pragmatismo: las personas de la diversidad sexual también votan (y consumen, hay que casarlos en Guanajuato y que dejen aquí sus centavos).
En este proceso pragmático, ejecutado por Libia García, secretaria de Gobierno e integrante de las nuevas huestes blanquiazules, y secundada por el también plebe (generacionalmente hablando) Alejandro Navarro, hay dos rebasados.
Uno de ellos es Luis Ernesto Ayala, el pastor de la bancada panista. Gris presidente municipal de León, gris secretario de Gobierno, no podía ser menos gris como diputado.
Ahora deberá seguir la instrucción de su patrón el gobernador para darle salida a un tema que por donde se le vea, les pega: negarse sería refrendar su anacronismo; aceptarlo sería ceder ante una realidad que los avasalla. Tienen que legislar para darla legitimidad al decreto. Es una derrota histórica, desde la perspectiva legislativa, para el conservadurismo panista.
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